martes, 22 de diciembre de 2009

La vida es un "Amazing"...



Ya es el 2010, sin embargo quiero dedicar unos minutos para escribir un poco sobre uno de los eventos del 2009 que más disfruté hacia el cierre del año: Amazing Race Latinoamerica.

No puedo dejar de recomendar este programa de televisión. Dejando de lado la dificultad técnica que representa su producción, realización y por supuesto postproducción, Amazing Race ha hecho lo que pocos otros shows han logrado en mi, eso es, estar semanalmente a la espera que de fuera día domingo para ver el episodio de la semana.

Emoción, adrenalina y sobre todo un escenario con el cual se puede uno sentir identificado constantemente, han sido claves para que este programa haya sido un éxito a nivel de audiencia en el continente.

Discusiones, estrategia, mucho ritmo, diferencias, emotividad y fuerza, paisajismo, pinceladas de arte, intensidad y sobre todo grandes cuotas de naturaleza humana (reflejada a partir de distintos rasgos culturales en los participantes y lugares recorridos) han sido parte de lo que hemos podido disfrutar en una competencia que, en mi opinión, tiene mucho de analogía con la vida.

En lo personal, he disfrutado mucho de esta experiencia porque además de envolvente, creíble y socialmente importante (en cuanto a la interacción de quienes estaban dentro) me ha resultado valiosa para recordar la importancia del hacer.

Hablo de un "hacer" que se refiere a la acción, como metáfora de lanzarse al vacío, a saltar al agua, a correr contra el viento... de realizar sueños.

Amazing Race tiene mucho de maravilloso para quienes han decidido disfrutar del evento televisivo y profundizar un poco más. Es una llamada de atención a desarrollar(se), creer(se), brindar(se) y alcanzar(se), tomando en cuenta que la planificación es necesaria (la estrategia y el cálculo), pero sin caer en los extremos que provoquen el "parálisis por la análisis".

Bien lo dijeron la concursantes chilenas (Ferna y Fran) al afirmar que su misión era disfrutar de la competencia a cada minuto (como hay que hacerlo día a día con la vida) y sobre todo, con una estrategia clara: no tener mucha estrategia (porque en la vida hay que pensar las cosas pero no demasiado).

Desviaciones, obstáculos, pistas, sorpresas, descansos, encuentros, retornos, paradas y carreras constantes, son palabras que fueron discurso general en la competencia, sin embargo, todas son perfectamente aplicables a la cotianeidad, especialemente cuando recordamos que toda nueva aventura que nos traiga por delante la vida debe enfrentar con dinamismo y gran actitud.

Bien por los participantes, bien por la alegría, el entusiasmo y toda la iniciativa.

Este ha sido un espacio literalmente de "encuentros": de los espectadores con otras culturas y escenarios de nuestro continente, de los competidores con sus compañeros(as) de equipo -a quienes han conocido en un nuevo nivel- y sobre todo de cada uno(a) consigo mismo(a).

Genial y abrumador.

Como lo dijeron los últimos concursantes brasileños al salir de la competencia...

"La vida es un amazing"...

lunes, 21 de diciembre de 2009

El (d/v)uelo de la mariposa...


Eran las 8 de la mañana.

Como las jornadas de trabajo en los hospitales comienzan muy temprano (o no acaban nunca, es cuestión de perspectiva)... el doctor Q ya se encontraba ahí ese martes.

Siguiendo su rutina de todos los días, a esa hora se encontraba comprando un café negro. Lo tomaba fuerte, sin leche y sin azúcar -no porque lo disfrutara más, sino porque lo creía más saludable-, debido a todo este protocolo, no estuvo en su oficina para presenciar el momento en que aquella inesperada visita llegó.

Y es que... quién ha visto mariposas tropicales en un hospital? Aquello tenía que tratarse de una terrible equivocación (de esas que ahora se le pueden achacar al calentamiento global). Pero no… no fue así.

Minutos más tarde, ya de regreso en su consultorio, el doctor Q se preparaba para decirle a su asistente que hiciera pasar al primer paciente del día, cuando se percató de que algo sobrevolaba su cabeza.

"Es una cochina palomilla" pensó. “En un hospital cualquier bicho es cucaracha, no pueden estar aquí, es contaminante” pensó después. Se levantó de su silla y sacudió los brazos con la firme intensión de hacerla caer con alguno de aquellos golpes lanzados aleatoriamente contra el aire.

El doctor Q no era ningún novato. Tenía ya casi 65 años de edad (más de 35 años de carrera como médico) y era el jefe del departamento de cardiología de aquel centro. A su haber poseía innumerables proezas quirúrgicas, ese hombre era el mejor de los cirujanos cardiovasculares con vida sobre la Tierra. Se descubrió médico muy temprano en su vida y decidió que no quería perder ni un minuto en convertirse una herramienta "que le devolviera vida a la vida".

El doctor Q era un genio... eso había escuchado aquella mariposa.

Sus manos se encontraban ahora sobre el escritorio. Aquella cabeza de blancos cabellos se movía de un lado a otro revisando el lugar de forma pausada, primero en el aire, después en el suelo. Esperaba encontrar un cadáver que al mismo tiempo sería trofeo.

"Se habrá ido" pensó. Aún no se daba cuenta de que aquella mariposa ahora se encontraba frente a él, sobre la pila de expedientes de los pacientes que ese día vería. Tenía las alas replegadas, verticales e inmóviles. Esas finas figuras a veces no se reconocen con una simple mirada.

25 kilómetros. 2 semanas. Esa fue la distancia y el tiempo que invirtió la mariposa en llegar hasta el hospital desde que escuchó, en la ventana de un condominio, a una esposa que le contaba a su amiga como aquel doctor Q, al operar a su esposo... la había hecho sentirse completa de nuevo.

"Hola doctor Q" dijo la mariposa.

Un silencio pesado siguió a ese saludo. No hay forma de que una persona de ciencia le pueda dar crédito a un insecto parlante en un par de segundos. Mientras evaluaba su posible locura, la mirada del doctor ya estaba posada en aquella inesperada visita.

Por un momento creyó que aquel insecto le estaba recordando la necesidad de descanso. Se pensó esquizofrénico sin ser psicólogo, se pensó drogadicto a pesar de no consumir ningún psicotrópico, se pensó borracho pero recordó que venía de tomarse un café y no un whisky. Todo eso en 20 segundos.

La mariposa abrió sus alas y mostró su esplendor... era una bella mariposa de pradera, sus colores dominantes eran el beige y variantes de café, pintas rojizas y blancas la adornaban, exquisita.

"Hola doctor Q" dijo de nuevo.

"Hola" respondió el doctor, con todo su escepticismo en primer plano (le respondió el saludo en total desconcierto, porque aquello en realidad no podía estar sucediendo).

"He escuchado decir que usted es experto en temas del corazón, alguien que sabe sobre la vida" con esas palabras, la mariposa capturó al doctor Q que sucumbió ante lo que quiso considerar eran halagos. A partir de ese momento supo que la mariposa era inteligente, pensó que los milagros existen y así dejó de cuestionar lo que estaba pasando.

“He escuchado decir a hombres que han recuperado lo que creían perdido, a mujeres que se sienten completas de nuevo, ha personas que parecen haber reencontrado su felicidad… yo quiero lo mismo doctor Q” dijo la mariposa con seriedad. Sus alas estaban muy quietas, al igual que su pequeña cabeza. En su cuerpo se podía leer determinación, en sus palabras había eco de tristeza.

“No sé si pueda ayudarte mariposa. Aunque soy médico y soy muy bueno en lo que hago, no soy médico de mariposas” dijo inmediatamente el doctor Q.


“Acaso no puedes volar?” Para ese momento el doctor Q ya había olvidado que minutos antes había intentado terminar el vuelo de aquel “bicho cochino”.

La mariposa se extrañó con la pregunta, voló y se posó en una de las manos del doctor Q, que ahora se encontraban cerca de su rostro.

“Puedes verme?” le preguntó con ansiedad la mariposa…

“Sí, te veo… y muy bien!” dijo Q.

“Y qué ves?” le preguntó de seguido. “Qué ves, cuando me ves?” dijo ahora con curiosidad la mariposa…

“Pues te veo a ti, una pequeña y frágil mariposa” respondió de forma fácil el doctor Q, sin embargo, no podía evitar notarse intimidado. Sería posible que un ser tan chico y delicado pudiera hacerlo sentir así? Estaba comenzando a sentirse un poco ansioso.

“Por qué crees que hay algo malo con mis alas?” preguntó aún con mayor curiosidad la mariposa.

El doctor Q no respondió de forma inmediata. Finalmente dijo: “Lo siento mariposa, supongo que he respondido de manera mecánica. Creo que cuando pienso en mariposas imagino sus alas. Ellas son su centro de belleza, son su rasgo distintivo. Esa es la característica de las mariposas que nos maravilla a los humanos. Creo que supuse que sólo si algo andaba mal con tus alas habrías buscado un médico, para no perder tu mayor encanto”.

La mariposa escuchó con atención. Sintió que su corazón se estrechó y recordó la verdadera razón de su visita.

“Quiero que me corte mis alas doctor” dijo sin titubear la mariposa.

El doctor Q no daba crédito a lo que acababa de escuchar. Su ansiedad se convirtió en desconcierto, se sentía paralizado en su interior. Por segunda ocasión en pocos minutos se encontraba consternado por lo que aquel pequeño ser estaba provocando en él. Sus más de tres décadas de servicio médico poco lo habían preparado para algo así. Nunca antes los títulos que colgaban en la pared habían sido más papel que en ese momento.

“Ya no quiero tener mis alas” repitió la mariposa al ver que el doctor no reaccionaba. Su pequeña cabeza lo recorría de arriba abajo esperando una respuesta.

“No te entiendo mariposa” dijo Q con los ojos clavados en aquel ser. “Quieres que te corte tus alas? Pero si allí se encuentran tus atributos más importantes! Además, no parece que haya nada de malo con ellas, puedes volar…” hizo una pausa. “No creo poder ayudarte mariposa, además yo soy un cardiólogo… trabajo con corazones y poco sé de alas” terminó diciendo al tiempo que sacudía la cabeza en señal de negación.

En ese momento sonó el teléfono del consultorio. El doctor Q no atendió. Su asistente lo presionaba para recibir a su primer paciente del día. El doctor Q estaba desconcertado y los médicos detestan esa sensación.

Nada estaba claro en ese momento para Q. Las piezas no calzaban en su cabeza, mucho menos entendía cómo entraba él en aquella confusa historia. Parece que aún no se daba cuenta de que intentaba usar su lógica humana y su historia profesional para entrar en el mundo de aquella “frágil” mariposa.

Pero aquel diminuto ser poco tenía de insignificante.

“Es divertido sabes, dices que mis alas son mi atributo más importante, sin embargo cuando entré intentaste derribarme, quisiste cortar mi vuelo, casi rompiste mis alas…” dijo la mariposa de forma reflexiva.

Q no supo que decir. Se sintió mal y buscó racionalizar una buena respuesta pero no la encontró a tiempo.

“Me viste volar y quisiste matarme… te digo que deseo vivir y no quieres ayudarme. Pensé que eras un experto en corazones…” dijo la mariposa algo contrariada.

Finalmente algo tenía sentido para Q. La pequeña mariposa se sentía triste en su interior. Claramente ella ha malinterpretado el trabajo de un médico cardiólogo, pensó.”

“¿Quieres que corte tus alas para que se alivie tu corazón, mariposa? ¿Es eso lo que has tratado de decirme?” se apresuró a decir el doctor viendo con detenimiento a la mariposa.

“Sí ” dijo ella. “Ya no quiero mis alas”. “Gracias a ellas me reconocen, pero debido a ellas, nadie sabe quien soy…” dijo viendo y moviendo sus alas.

El doctor Q estaba frío y casi paralizado. No podía creer que aquel ser estuviese diciendo aquellas palabras. Por segunda ocasión sonó el teléfono de su oficina. Una vez más, no lo atendió.

“¿Alguna vez te has preguntado si una mariposa es más que sus alas?” dijo luego de dar un pequeño vuelo y acercarse más al doctor.

“Si me preguntaras cuántas veces me han dicho lo hermosas que son mis alas… te diría que he perdido la cuenta… Si me preguntas cuántas veces han querido saber cómo me siento, te puedo asegurar… nunca me lo han preguntado!” afirmo con fuerza.

Para este momento Q estaba totalmente paralizado. El espacio que habitaba se había convertido en surreal y no podía dejar de pensar en las palabras de la mariposa. Él mismo nunca se había hecho esas preguntas… su cabeza empezaba a cuestionar cuántos importantes detalles como ese habría pasado por alto en su vida…

“Las personas asumen que mis alas son todo lo que ocupo para vivir, me encantaría tener alas así, repiten inmisericordemente. La mariposa estaba visiblemente conmovida en ese momento.

El doctor Q estaba abrumado. La valentía de aquel pequeño ser le provocaba todo tipo de sensaciones. Aceptó, sin decirlo, que él era uno de los que admiraba a las mariposas sin poder observar más allá de sus alas…

“Prefiero perder mis alas y ser visible por completo, que ser vista por mis alas y cargar por siempre con un vuelo incompleto” dijo convencida.

Aquella última frase se extendió en el tiempo… Q observaba a la mariposa mientras que el silencio se hacía cada vez más pesado en esa habitación…

Pasaron 10, 15, tal vez 20 segundos… incluso pudieron ser 30, cuando se forma abrupta y repentina un golpe seco en la puerta del consultorio anunció que alguien ingresaría sin importar lo que dentro estuviese ocurriendo.

Era la asistente del doctor Q. Tocó la puerta una sola vez y entró de forma súbita. Su cara denotaba algo de preocupación, sus ojos tenían expresión de sorpresa.

“Doctor, lo llamé dos veces y no me contestó… me preocupé un poco porque eso nunca pasa, por eso decidí entrar así” dijo la chica (una joven que tendría unos 28 años).

Lo inesperado de ese movimiento había desorientado a Q que se encontraba aún meditativo por el último comentario de la mariposa. Con ligereza se incorporó en su silla y se acomodó un poco (no quería que ella pensara que estaba divagando). “Estaba atendiendo una llamada en la otra línea” le respondió, al tiempo que buscaba con la mirada a la mariposa… había desaparecido de su escritorio.

Aquella entrada agresiva de la asistente combinada con el abanicar de la puerta habían producido todo un vendaval para la mariposa. Tan pronto la puerta se abrió el viento la arrancó de donde se encontraba y fue apenas cuando estuvo cerca de caer al suelo, cuando pudo estabilizarse para volar y reubicarse en un lugar seguro. Ahora estaba camuflada. Estaba posada sobre un marco negro que protegía uno de los tanto títulos médicos que poseía el doctor Q en su oficina.

La mariposa pensó en regresar a la mano de Q sin embargo, prefirió quedarse quieta al escuchar lo que dijo la asistente instantes después.

“Doctor, recuerda qué día es hoy?” dijo la asistente dejando una pausa al final.

Q estaba algo descontrolado en su interior. Tuvo que pensarlo unos segundos antes de poder responder con coherencia, ante el asombro, nuevamente, de aquella chica.

“Hoy es el día de atender a la niña M, es el día de cumplir mi promesa” respondió finalmente Q con algo de alivio.

“Exacto doctor, hoy es ese día” dijo la chica. “Ella y su madre están afuera desde hace un rato, por eso le estaba llamando con tanta insistencia… las hago pasar?”

“Sí, por favor. Que pasen ahora… gracias por recordármelo” concluyó el doctor.

M, era una niña de 10 años. Su madre, vecina de Q en su barrio, tenía meses de rogarle al doctor que recibiera a la niña a pesar de que no era su especialidad (a Q sólo le gustaba trabajar con adultos). M había sido diagnosticada con un mal congénito en su corazón y su familia estaba deseosa de conocer la opinión del distinguido médico.

Si existía alguien capaz de ayudarla… ese era el doctor Q. Al menos eso pensaba la madre de la niña.

Estaba aún limpiado un poco su escritorio para recibir a la paciente cuando sonó de nuevo la puerta.

“Adelante, pueden pasar” dijo Q.

La puerta se abrió y de inmediato entró en la habitación una pequeña damita llena de energía, con una sonrisa radiante y su uniforme de la escuela. No era muy alta, le faltaba uno de sus dientes frontales, tenía el cabello negro y lacio. Pronto se sentó frente al escritorio y su cabello, aún mojado, se desacomodó un poco. Su madre entró después.

“Hola señor Q” saludó la niña, mientras que su madre hacía lo mismo con una gentil sonrisa.

“Hola pequeña M, qué me vas a contar hoy?” dijo Q.

M era una niña muy astuta y siempre que se encontraba a Q cerca de su casa le compartía lo que había aprendido en la escuela. A ella le gustaba mucho hablar y Q la escuchaba con atención, pero por compromiso. “Los intelectuales somos gente de pensamiento profundo, nuestro entendimiento de la vida crece en la medida en que nos acercamos a más pensamiento profundo. Los detalles son casi siempre superficialidades que generan mucho ruido y poco aportan” pensaba siempre.

Mientras la niña se preparaba para contestarle, Q tomó su expediente (la madre lo traía con ella) y lo observó con detenimiento. Claramente la niña requeriría de una cirugía para corregir un problema valvular. Era una situación seria pero no una emergencia.

La mariposa miraba con atención todo lo que ocurría.

“Tengo que hacer una tarea para la semana entrante señor Q. Tiene que ver con animales, vamos a hablar de nuestro animal favorito… estoy muy emocionada por eso” dijo la niña.

“Mmm, muy interesante” dijo Q sin prestarle mucha atención. El doctor estaba aún tratando de ordenar en su cabeza todo lo que hasta ahora había ocurrido aquella mañana. Si la visita de la mariposa la consideraba irreal, la atención de M era mera rutina.

“Los problemas de válvulas son relativamente comunes” pensó. “La gente se alarma más se la cuenta con estas cosas” se dijo a sí mismo. Q no se detenía a pensar en las ansiedades que motivaban las angustias de las personas. Él se limitaba a definir si el problema tenía solución o no. En caso de que la respuesta fuera afirmativa, la pregunta sería: ¿Podré yo resolverlo?

Q estaba ahora en la camilla que se encontraba a un lado de un escritorio. La niña debía subirse ahí para una revisión de protocolo. Él deseaba que todo esto terminara pronto, estaba abrumado aún de su conversación con la mariposa y quería buscarla para concluir el diálogo.

Un médico necesita que las situaciones que se le presentan tengan sentido y esto aún… no lo tenía.

Nadie se había percatado de la ubicación de la mariposa. Ella seguía inmóvil y concentrada en lo que acontecía entre la niña y el doctor Q. Era muy intrigante para la mariposa ver al famoso Q en acción.

“Sabe señor Q, cuando sea grande quiero ser doctora… quiero ser como usted” dijo M al tiempo que el doctor le practicaba algunas pruebas.

“Ahh si? Por qué?” respondió de seguido Q.

“Por que es importante que exista alguien que le pregunte a las personas cómo se sienten… a mí me lo preguntan muy seguido” dijo M.

Q no pudo evitar abstraerse por un momento. Tal vez el pensamiento de la niña fuera algo ingenuo, pero algo movió dentro él. Por segunda ocasión en menos de 2 horas debió ser honesto consigo mismo.

Este era un momento en que se sentía susceptible a sutilezas que usualmente no notaba. Casi siempre se enfocaba en sus propios pensamientos y deducciones, atendía las palabras de sus pacientes sólo en la medida en que le colaboraban a elaborar su cuadro diagnóstico. Todo lo demás que pudiesen decir eran sólo palabras para rellenaban el aire… “esto es un crimen contra el silencio” pensó en más de una ocasión.

¿Cuántas veces habré preguntado a alguien cómo se siente? se dijo en sus adentros. Sus recuerdos atentaban en su contra, no lograba recordar siquiera 5 momentos en los que hubiese preguntado aquello.

¿Qué siente? Esta era la pregunta que miles de veces había hecho el doctor Q, en ese mismo consultorio. Había una pequeña gran diferencia entre una y otra. Irónicamente ahora no sabía cómo explicar qué sentía ni cómo se sentía.

Lo único que podía definir claramente era lo que estaba pensando… pero eso no es lo mismo.

“No me gusta cuando me siento triste… cuando no puedo respirar me siento triste” dijo M. La dificultad respiratoria era una consecuencia típica del problema que la niña presentaba.

Q no pudo decir nada al escuchar las palabras de la niña. Lo sorprendente de su honestidad y la manera tierna en que la pequeña aceptó su dolor y la vulnerabilidad que le causaba su enfermedad… le parecieron cautivantes. “Con que eso es lo que sientes…” se repitió a sí mismo.

Ahora Q tenía una mejor idea del por qué de sus pensamientos claros y sus sensaciones nubladas… también reconoció que de alguna forma siempre existió una incertidumbre que cada cierto tiempo le bailaba por el cuerpo. No podía explicarlo, si hubiese tenido que describirlo habría dicho que era inadecuación, si hubiese tenido que actuarlo diría que era una eterna acción postergada.

Irónicamente, ahora creía sentir una corazonada…

Luego de aquel momento íntimo consigo mismo, el doctor se reincorporó. Su cabeza estaba inmóvil pero de alguna forma despertó. Le habrá tomado un segundo reestablecerse y de inmediato regresó hacia la niña. Ella lo esperaba con una mirada fija y dulce, de aquellas que invaden a través de los ojos, pero que en lugar de incomodar producen confort. Parecía muy complacida.

Q la ayudó a bajar de la camilla. Ambos caminaron hacia el escritorio y M rápidamente se sentó al lado de su madre.

Aquella mujer estaba muy ansiosa, su rostro reflejaban algo de angustia por conocer la opinión del doctor respecto a la salud de su hija… pero no preguntó nada. Días atrás cuando conversó por última vez con Q, previo a este encuentro, habían acordado que no hablarían frente a la niña sobre el curso de tratamiento de forma inmediata. La familia de la niña deseaba primero tener una charla privada con él antes de hablar con la niña.

La mariposa estaba sintiendo ansiedad también. Ella quería saber qué ocurriría con la niña… ¿Podría el doctor Q aliviar su corazón? ¿Podría eliminar aquella tristeza? La mariposa esperaba una respuesta positiva que le produjera tranquilidad. El bien de la niña sería el suyo propio.

¿Voy a estar bien doctor? Preguntó la niña. “Quiero sentirme contenta, quiero salir a jugar con mis amigos y amigas de nuevo. Quiero correr en los recreos de la escuela… ya no quiero estar triste porque tengo que estar sentada mientras mis amigas juegas a las escondidas…” dijo con una mirada que guardaba esperanza.

“Sí M, vas a estar bien” respondió escuetamente Q. La niña sonrió pero aún más lo hizo su madre. Aquello parecían ser buenas noticias.

“Doctor Q, no me preguntó por mi tarea” dijo la niña después.

El doctor no había prestado mucha atención al momento en que la niña le dijo que la próxima semana tenía que hablar en clase sobre su animal favorito como parte de una tarea.

“M, el doctor está ocupado. Otro día le cuentas sobre tu tarea…” se apresuró a decir su madre para arreglar aquella situación.

“Pero mami, yo quería contarle al doctor Q cuál es mi animal favorito…” dijo M al tiempo que se giraba para ver a su madre y arrugaba la cara con un inocente gesto de desaprobación.

¿Déjame adivinar cuál es tu animal favorito? Dijo Q ahora que pudo ponerse al corriente de la conversación. Definitivamente no recordaba que la niña le había hablado al respecto.

“Yo creo que te gustan los leones porque son feroces y rápidos… o tal vez te gusten los pájaros… entonces creo que te gustarían las águilas porque vuelan alto y muy lejos…” dijo Q.

La niña lo miró algo sorprendida y con su cabeza le dijo que no sin pronunciar palabra. M era una chica muy dulce y de verdad quería que Q adivinara.

El doctor por su lado, no se había percatado de que seguía cometiendo el mismo error y en lugar de interpretar lo que podía sentir la niña para hacer su escogencia, se limitaba a decir lo que él habría preferido. Lo que él habría pensado.

“Una oportunidad más doctor, una oportunidad más” dijo M emocionada con aquel juego.

Q no era alguien que supiera mucho de animales, pero pensaba que la opción debería ser exótica así que dijo: “Un delfín, creo que te gustan mucho los delfines. Son simpáticos y ágiles, muy inteligentes…”

Un breve silencio ocurrió. El doctor estaba seguro de haber acertado…

Él y la niña se miraban fijamente. Finalmente, la niña soltó una carcajada.

“No doctor, mi animal favorito no es el león, el águila o los delfines…” M se ponía las manos en la boca al reír.

Su madre veía al doctor un poco acongojada.

“Mi animal favorito es… una mariposa” dijo la niña mientras seguía riendo.

Todos los mundos se paralizaron en ese momento… menos el de la niña.

El doctor Q quiso por un instante discutir con la niña y decirle que las mariposas son un insecto, pero estaba aún abrumado por todas las coincidencias del día.

“Y por qué una mariposa M? Por qué te gustan las mariposas?” Dijo de prisa Q.

“Te gustan sus alas? Sus colores? Que pueden volar?” continuó.

La mariposa sintió una emoción indescriptible en aquel momento. Su ansiedad era incluso mayor que aquella que sintió unas horas antes cuando llegó a aquel consultorio en busca de ayuda.

“No doctor. Usted no conoce la historia de las mariposas? Las mariposas son muy bellas, tienen alas, adornos de colores y pueden volar… pero antes de ser así ellas cambian. ¿Sabías que primero son un gusanito antes de convertirse en mariposas? Ellas se trasforman, parecen débiles pero no lo son…crecen y mejoran… como quiero hacerlo yo para sentirme más feliz” replicó M con determinación.

Q no supo qué decir. Por primera vez en mucho tiempo su mente y sus ideas lo habían abandonado…

Aquello debía se parecido a ser devorado por una gran ola en el mar… súbito, potente, un momento en que el cuerpo lucha por reaccionar y subsistir a pesar de la inminente desventaja… era tiempo de salir a flote, era hora de nadar hacia la superficie…

Ahora Q podía decir sin ningún temor que estaba sintiendo muchas cosas por dentro y lo mejor de todo era que no podía ponerlo en palabras… aquello era un maremoto emocional.

Justo en ese instante, la mariposa hecho a volar… haber escuchado aquellas palabras de parte de la niña le habían regresado lo que creía perdido…

Volaba y volaba en la habitación… su júbilo no le cabía en el cuerpo… su alegría no la podía expresar con sólo sus alas…

Volaba y volaba… hasta que haciendo unos giros delicados se mostró ante los ojos de todas aquellas personas…

“Mira mamá es una mariposa, es una mariposa” gritó M que de un brincó se subió en la silla y extendió su mano derecha. “Ven mariposita, ven conmigo” le dijo a aquel diminuto ser.

En unos pocos segundos, la mariposa, planeando con suavidad, se posó en aquel pequeño dedo, de aquella pequeña mano, de aquel gran ser.

“Mamá, nunca había visto una mariposa en un hospital!” dijo la niña con ojos expresivos.

En ese momento todos se miraban: la niña veía a la mariposa, el doctor veía a la niña y la madre veía al doctor… fue un momento sublime, especialmente para la mariposa.

“Gracias” dijo la mariposa en sus adentros. Momentos después alzó nuevamente su vuelo y se deslizó desde la mano de la niña para hacer un par de maniobras de despedida… eran un adiós para el doctor Q, quien después de todo y aunque fuese de forma indirecta, le había regresado paz a su corazón…

Un minuto después la mariposa salió por una de las ventanas del consultorio, la misma por la que había ingresado horas antes. Todas las miradas la siguieron mientras fue visible.

Ahora todo tenía sentido para Q.

Lo difícil no habría sido cortarle las alas a la mariposa… el verdadero problema sería aceptar que tenía que recuperar las suyas.

Santiago Amén / Diciembre 2009.